Jueves Santo: Eucaristía, «milagro de amor»

custodia

El padre Carlos Heredia, sacerdote cordobés fue quien en vida elaboró la positio sobre José Gabriel del Rosario Brochero presentada en el Vaticano, permitió -junto con el trabajo de muchas otras personas- que la causa del Cura Brochero finalizara con la declaración de santidad, por parte del papa Francisco, el 16 de octubre de 2016, en el 2° Encuentro Nacional de Sacerdotes habló de Brochero y su relación con la Eucaristía:

«El Siervo de Dios no escatimó sacrificio alguno para llevar el auxilio espiritual a los moribundos, especialmente la Comunión y el Viático, aún corriendo el riesgo de perder la vida, como lo atestigua la siguiente anécdota:

«Se lo había contemplado desde un alto aun por el joven cordobés Moisés Echenique. Vio que, en llegando a la orilla, se apeaba de la mula y quitándose la sotana, envolvía con ella la cabeza del animal para que no le entrara el agua en las orejas y se desorientara. Acomodaba el bolsito del Santísimo sobre la mula con otras cosas. Asido, entonces, con una mano de la cola, y con la otra la guiaba con el rebenque adentro del agua. Flotaba la mula, y arrastrando detrás, no sin tumbos, seguía incitando al animal con el azotillo, hasta ganar la orilla. Así mojado, se vistió otra vez de la sotana, se colgó al cuello el bolsito y, subido en la mula, se alejó. Al volver muy de tarde lo atajamos en lo de Doña Anastasia [Fabre de Merlo]. Sin bajarse del animal, dijo con sencillez y naturalidad: ?qué se admiran de eso! Es mi deber. Había concertado con la viejita Francisca que iría hoy a llevarle la Comunión, y no quise privarla de ese consuelo. Son palabras de este apóstol»36.

El amor a Cristo, entregado por nuestra salvación, llevó al Siervo de Dios a que la Misa diaria fuera el centro de toda su vida y su tarea de apóstol. Aún viajando a los lugares más inhóspitos y en las circunstancias más difíciles, llevaba todos los elementos para la celebración de la Eucaristía37.

Ya leproso, para radicarse en Villa del Tránsito, cuando ya no podrá celebrar públicamente la Misa en la parroquia, escribirá a su hermana: «Para ir yo a tu casa necesito… que las Esclavas me prestasen todos los elementos para decir Misa en mi pieza»38. Y cuando la lepra lo redujo a la ceguera total, celebraba con todo amor y de memoria la Misa votiva de la Santísima Virgen en su pieza:

«La Misa la digo de memoria y es aquella de la Virgen cuyo Evangelio es extollens quaedam mulier de turba… Para partir la Hostia consagrada y para poner en medio del corporal la hijuela cuadrada, llamo al ayudante para que me indique que la Forma la he tomado bien para que se parta por donde la he señalado, y que la hijuela cuadrada está en el centro del corporal para poderlo doblar. Me cuesta mucho incarme [= arrodillarme] y muchísimo más el levantarme, a pesar de [tomarme de la] mesa del altar»39.

Y porque la Misa es lo más importante que puede hacer un sacerdote en servicio a los hermanos, su última carta dice:

«Pídole les avise que – en gratitud del óbolo – el 23 del corriente les celebraré una Misa, y que – en el Memento de los vivos- rogaré por la felicidad temporal de cada donante y los que les pertenecen por sangre y afinidad, y que – en el Memento de los muertos- rogaré por sus antepasados, afines y consanguíneos»40.

Su entrega sacerdotal tenía por centro y fuente el misterio Eucarístico, no sólo como aspecto piadoso de la vida cristiana, sino en su fundamento teológico, como lo dejó plasmado en su Plática sobre la última Cena de Jesús:

«No importa al amor de Dios que sus propios parientes, como lo eran los habitantes de Belén, lo arrojen de su seno en su nacimiento, y que su propios compatricios, como eran los de Jerusalén, le nieguen los oficios de la hospitalidad. No importa que el odio de sus émulos le preparen negros complots, le asechen sus pasos y resuelvan cebarse en él como en su víctima. No importa todo esto, porque entonces, porque justamente entonces, es cuando su amor se acrece, se avigoriza, se agiganta, se rebalsa por todas partes y se revienta, si puedo expresarme así, y hace entonces un milagro de amor que puso en admiración y espanto a los mismos ángeles. Y este milagro fue instituir el sacramento de la Eucaristía. Porque la Hostia consagrada es un milagro de amor, es un prodigio de amor, es una maravilla de amor, es un complemento de amor, y es la prueba mas acabada de su amor infinito hacia mí, hacia Ustedes, hacia el hombre…

He ahí la prueba infinita del infinito amor hacia el hombre. Darse a sí mismo!, identificarse con el hombre!, hacerse una sola cosa con el hombre!, unirse para siempre con el hombre, como se unen dos trozos de cera cuando ambos se derriten al fuego, o como se identifican y confunden dos pedazos de metal cuando se funden en el horno. Así dicen los Santos Padres, cuando quieren explicar la unión íntima que hay entre Jesucristo y el que recibe dignamente la Hostia consagrada. Y el mismo Jesucristo significó y garantizó la unión íntima que hay entre él y el que comulga dignamente cuando dijo: el que come mi carne y bebe mi sangre, él está en mí y yo en él (Jn 6, 56), y nos hacemos una misma cosa.

Luego, la institución del Santísimo Sacramento diviniza al hombre porque le comunica todas las propiedades divinas, todas las propiedades de Dios. Luego, es cierto que el que recibe la Hostia consagrada se une, se confunde, y se asemeja tanto a Jesucristo que puede decir: ya no vivo yo, sino Cristo en mí (Gal 2, 20)».

Este milagro de amor es puesto cotidianamente en manos de los sacerdotes para servicio de los hermanos. Pidamos con la oración que hiciera el Cura Brochero ser fieles al Señor:

Oh María, Madre nuestra!
Alcánzanos la gracia de reconocer los tesoros y riquezas
que tu Hijo nos dejó en ese Sacramento de amor.
Alcánzanos las fuerzas necesarias
para llegar a él con mucha frecuencia
a enriquecernos con sus virtudes.
Séanos, Madre nuestra,
muy doloroso el apartarnos de este Sacramento,
como es doloroso al niño el separarse de los pechos de la madre que lo alimenta con su propia sangre.
Porque desde hoy queremos amar a tu Hijo
para volverle amor por amor.
Si tú nos ayudas, Madre nuestra,
no nos ha de costar el amor a tu Hijo
que tanto nos amó y es tan digno de ser amado.
Si amamos a los autores de nuestros días,
a nuestros hermanos, a nuestros parientes,
a nuestros amigos y a nuestros bienhechores,
?cómo no amaremos a nuestro Salvador divino,
[más] que nuestro buen padre, nuestro hermano querido,
nuestro amigo fiel, y nuestro bienhechor temporal y eterno?
Y vos, dulcísimo Salvador:
hacénos conocer la grandeza del don que nos dejaste en la Hostia consagrada,
y el infinito amor que nos manifestaste en ella,
para recibirte con frecuencia en ella y unirnos contigo,
a fin de participar de vuestra misma vida,
de vuestra misma divinidad y de vuestra misma gloria.

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