Para muchos que peregrinan y participan de la Semana Brocheriana 2025 y para tantos que no pueden llegar hasta Villa Cura Brochero, compartimos el «día a día» de las reflexiones y homilias celebradas durante esta semana. Un espacio de espiritualidad brocheriana al alcance de todos.
25 de Enero: Septimo día
Presidida por el Obispo de la Diócesis de San Francisco, Obispo Sergio O. Buenanueva, siendo concelebrada por el Arzobispo Emérito de la Arquidiócesis de Córdoba, Monseñor CARLOS ÑAÑEZ, Obispo de la Diócesis de Cruz del Eje, Monseñor Ricardo Araya, contando con la presencia de Sacerdotes, Diáconos, Seminaristas y Fieles.
Homilia de Mons. Sergio:
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
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Así como, durante las Misas de semana, hemos comenzado a leer el evangelio de Marcos, siguiendo con los de Mateo y Lucas, y, durante el tiempo pascual, el de Juan; este año, durante los domingos, vamos a repasar casi completo el evangelio según san Lucas.
Es la pedagogía de la Iglesia que nos invita a ser oyentes de la Palabra, como María. Para que la Palabra crezca en nosotros y nosotros con ella.
Dios dirige su Palabra a la Iglesia, y la respuesta de la Iglesia es la fe… y esto es también la oración: escucha, acogida, rumia de la Palabra en la mente, en el corazón, en los labios.
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Comenzamos este precioso viaje espiritual escuchando el inicio del evangelio de san Lucas. Continuará durante el tiempo pascual, con la segunda parte: los Hechos de los Apóstoles.
San Lucas nos ofrece un “relato ordenado”, fruto de un minucioso trabajo de investigación personal y de escucha de lo que otros han escrito y transmitido. Prestemos atención a la finalidad que persigue: “he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.”
Como nosotros, Lucas no ha sido testigo ocular de los hechos y enseñanzas que ofrece su obra. Él ha tenido que escuchar a otros, recoger esta tradición y darle una nueva forma.
Eso sí, es muy consciente de que esta buena noticia, la que otros contaron y transmitieron, y que ahora él mismo actualiza tiene la certeza del designio de Dios que pasa por la persona y la pascua de Jesús.
Como se lo dirá el jovencito Jesús a sus papás desconcertados que lo encuentran en el templo: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49). Y, a los de Emaús, el Señor resucitado les dirá algo parecido: “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” (Lc 24, 26).
Lo que ha hecho san Lucas es lo que, en definitiva, tenemos que hacer como Iglesia y como bautizados: escuchar la Palabra, dejarnos llevar por el río caudaloso de la tradición de la fe, y tratar de comprender el plan de Dios para encontrar nuestro lugar en él y colaborar con él en el tiempo que el Señor nos ha regalado para vivir la fe y la misión.
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Contemplemos ahora a Jesús, tal como nos lo pinta esta primera página del evangelio de san Lucas que escuchamos este domingo: es el Jesús evangelizador, profeta, que va de un lugar a otro, que busca a la gente allí donde está, que comparte con sus hermanos la escucha de la Palabra; pero, sobre todo, es el que está lleno del Espíritu Santo y obra todo esto movido por esa unción que se ha derramado sobre él.
Es la unción que ha compartido con nosotros en el bautismo y la confirmación, que hace de nosotros un pueblo santo y oyente de la Palabra, peregrino y misionero.
En esta Semana Brocheriana 2025 hemos querido contemplar ese misterio de gracia: “Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.” (1 Co 12, 13).
Reunidos aquí en Brochero, un año más, caminando este Jubileo de la Esperanza, me animo a suplicar, para mí y para cada uno de ustedes, peregrinos; también para nuestras diócesis y para la Iglesia entera; para los curas, los obispos, los diáconos, los agentes de pastoral, los catequistas y misioneros… para cada discípulo misionero del Evangelio:
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“Señor Jesús, cómo nos hace bien contemplarte así: colmado del Espíritu, con la fuerza y el fuego del Espíritu Santo que te mueve desde dentro, que te empujó al desierto, pero también por los caminos de la misión; que te llevó a los pobres, a los enfermos, a los alejados, también a los pedantes y orgullosos, a los que se dejaron ganar el corazón por el dinero -como Zaqueo y los otros publicanos-, que te sumergió en la vida concreta y profana de tus hermanos y hermanas.
Nos hace bien verte así, en medio de los sufrimientos del mundo, para anunciar el año de gracia del Señor, un tiempo de vida, de liberación y de gracia, de perdón y de reconciliación para toda la humanidad.
Y, de repente, nos damos cuenta de que ese mismo Espíritu es el que nos has comunicado en el bautismo y la confirmación, el que anima a tu Iglesia que camina por la historia, el mismo Espíritu que une en la alabanza a la Iglesia peregrina, a la Iglesia penitente y a la Iglesia triunfante del cielo.
Señor Jesús, soñamos con ser, también nosotros, hombres y mujeres del Espíritu, animados por esa fuerza interior que transforma los corazones, que la da agilidad a nuestros pies para que sean callejeros, que ilumina con su fuego nuestros ojos, que abre nuestras manos para la caricia, la solidaridad y el abrazo que anima y sostiene.
Danos tu Espíritu, como cubrió a María tu madre y aleteó sobre José de Nazaret. Soñamos con ser orantes como ellos, nosotros que vivimos en la torpeza somnolienta de nuestra cultura de las pantallas que nos llenan de ruido y de dispersión.
Orantes que acojan tu Palabra de vida, cada día, como hacían José Gabriel, Mama Antula y Mamerto Esquiú.
Soñamos con comunidades orantes, misioneras y alegres, que vivan este caminar juntos que es la sinodalidad, en el día a día de la pastoral ordinaria: la que, más allá de los eventos extraordinarios, nos pone en contacto con la vida real de las personas, sus ilusiones, deseos y luchas.
Señor Jesús, ungido por el Espíritu y enviado por el Padre a los pobres: aquí, en Villa Cura Brochero, como peregrinos y devotos del Santo Cura y de la Purísima, te pedimos vivir a fondo, con autenticidad y alegría, esta piedad popular en la que nos hacés sentir tu presencia de buen Pastor que guía, camina y alienta el caminar de tu pueblo.
Y que este Año Santo nos permita vivir como peregrinos y testigos de la Esperanza sustanciosa que es tu Persona. Amén.”
24 de Enero: Sexto día
Presidida por el Arzobispo Emérito de la Arquidiócesis de Córdoba, Monseñor CARLOS ÑAÑEZ, siendo concelebrada la misma por el Arzobispo de la Diócesis de Córdoba, Monseñor ÁNGEL ROSSI, Obispo de la Diócesis de San Francisco, Obispo Sergio O. Buenanueva, Obispo de la Diócesis de Cruz del Eje, Monseñor Ricardo Araya, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Córdoba, Monseñor ALEJANDRO MUSOLINO, contando con la presencia de Sacerdotes, Diáconos, Seminaristas y Fieles.
Homilia de Mons Sergio:
Marcos 3, 13-19
Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
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Para quienes hemos sido llamados al ministerio apostólico -los obispos, los presbíteros y los diáconos-, esta escena tiene sabor vocacional (como el buen vino de Caná): llamados por Jesús, para estar con él y para ser enviados a predicar su Evangelio con la fuerza que tiene para desbaratar todo lo deshumaniza a las personas.
“Nos llamaste, Jesús, con amor de hermano…”, podemos decir, parafraseando una oración que rezamos en las ordenaciones sacerdotales y también en la Misa crismal.
Esa fue la vocación del “Señor Brochero”. Esa es la vocación y la misión de tu obispo, de tu cura párroco o de tu cura amigo, de cada diácono que sirve en nuestras comunidades.
Si tuviéramos que transformar esta página en plegaria, después de repasarla en el corazón, podríamos decir:
“Señor Jesús, para el obispo y los curas, para los diáconos y futuros servidores de tu pueblo solo te pido esta gracia: que sepan siempre estar con vos y que vos te encargués de desatar en sus corazones ese amor apasionado que los lleve a predicar y a acariciar con el óleo del Evangelio las heridas de sus hermanos. Hacé con ellos lo que hiciste con el padre José Gabriel. Amén”.
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Estar con Jesús. Ser enviados a predicar y a ponerle el cuerpo al dolor de nuestros hermanos. Es la misión de nuestros pastores, pero es la misión de toda la Iglesia y, en ella, de cada uno de nosotros. Es gracia -vocación y misión- de todos. Es un camino que todos estamos llamados a transitar, también caminando juntos.
San Francisco de Sales, el santo obispo cuya memoria celebramos, hizo de este principio un pilar de su misión: no hay forma de vida que no pueda alcanzar su plenitud en el seguimiento de Cristo.
Una de las realidades más bonitas de nuestras comunidades cristianas -diócesis y parroquias- es la pastoral del sacramento de la confirmación: la catequesis, las celebraciones, los encuentros, las familias.
Involucra a catequistas, a los párrocos, a grupos de jóvenes y de liturgia; también a los obispos y otros sacerdotes.
¡Es hermoso recorrer la diócesis para las confirmaciones, animando a abrir el corazón para recibir la gracia del Espíritu Santo!
Es el Señor el que derrama su Espíritu sobre niños, adolescentes y adultos. El obispo unge la frente, pero es Cristo resucitado el que marca el alma de su discípulo con el sello del Espíritu Santo. El obispo marca con el Crisma a los confirmandos, pero son los catequistas los que marcan, con su palabra y testimonio, el alma de los catecúmenos.
Unos y otros colaboramos con el Espíritu en la obra admirable de la gracia que salva.
Así, el mismo Señor, va fortaleciendo a su pueblo para el testimonio. ¿Cuándo? ¿Cómo? Solo él lo sabe.
Por eso, nosotros trabajamos con alegría, con perseverancia (hoy diríamos: con “resiliencia”), porque nos toca esparcir la semilla, porque el que siembra es Jesús, la semilla es su Palabra y es el Padre el que da el crecimiento con la potencia del Espíritu.
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Un aspecto fundamental, y también muy hermoso, del sacramento de la confirmación es que, junto con la plenitud del Espíritu Santo y los siete dones, nos regala también la capacidad para descubrir nuestra propia vocación y misión, nuestro lugar en el proyecto del Dios, el sueño del Señor para cada uno de nosotros.
La vocación es el carisma de los carismas, pues es la pieza fundamental que, una vez descubierta, aceptada y abrazada con alegría, nos permite darle sentido a todo en nuestra vida, orientarnos y caminar.
Me gusta imaginar cómo descubrió el chico José Gabriel su llamada al sacerdocio, cómo obró el Espíritu Santo en su corazón, como lo enamoró de Cristo y de la misión sacerdotal. Cómo fue creciendo en él la conciencia de este llamado…
¡Qué eco habrá tenido en él esta página del Evangelio! ¡Cómo habrá sentido esa llamada para “estar con Jesús”, ser enviado a predicar y a espantar los espíritus inmundos que arruinan la vida de las personas!
Así dio fruto en él la gracia del bautismo fortalecida por la confirmación.
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Queridos hermanos y peregrinos: esa gracia del Espíritu Santo ha ungido nuestra alma y nuestro corazón. Está ahí, en nosotros, como un fueguito que espera ser avivado y alimentado para que ilumine y dé calor.
Al contemplar a Jesús que busca estar en medio del pueblo, allí donde las personas viven y juegan su vida de cada día. Al verlo llevar al corazón de la vida el mensaje que trae desde el corazón del Padre, la buena noticia de su amor y compasión, pidamos para cada bautizado, para cada una de nuestras comunidades, para nuestros pastores y evangelizadores, la gracia de una fuerte renovación misionera.
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En el bautismo, el Señor ha depositado un tesoro de preciosos regalos, entre ellos, la llamada a la oración, a la escucha orante de su Palabra, a estar con Él en el silencio que adora, espera y ama.
Somos un pueblo de bautizados por el Espíritu. María es nuestra maestra espiritual. Ella nos enseña a repasar en el corazón las palabras del Señor que leemos en las Escrituras y que escuchamos en los acontecimientos de nuestra vida.
También nosotros estamos llamados a la oración más honda: la que nos transforma en Cristo. También nosotros, como los doce apóstoles, estamos llamados desde el bautismo y, de manera especial, desde la confirmación, a llevar a todos el anuncio gozoso del Evangelio.
Orar por las vocaciones es simplemente orar, abriendo así el mundo a la acción del Espíritu Santo.
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El camino sinodal que la Iglesia está recorriendo es precisamente esa fuerte toma de conciencia de nuestro lugar en la misión compartida de ser evangelizadores, también de hacer nuestra parte en la lucha nunca acabada por ponerle un límite al mal que deshumaniza a las personas.
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Que cada uno de nosotros, especialmente los niños y los más jóvenes, descubran con alegría y hagan suya la vocación que el Señor les ha regalado, el sueño de Dios para sus vidas.
Que dejemos que el Espíritu Santo avive el fuego que él mismo ha encendido en nosotros en el bautismo y la confirmación, y que alimenta cada domingo en la santa Eucaristía.
Amén.
23 de Enero: Quinto día.
La celebración de la Santa Misa de 21:00 hs en el salón “Mi Purísima”, fue presidida por el Obispo de la Diócesis de San Francisco, Obispo Sergio O. Buenanueva, siendo concelebrada la misma por el Arzobispo de la Diócesis de Córdoba, Monseñor ÁNGEL ROSSI, Obispo de la Diócesis de Cruz del Eje, Monseñor Ricardo Araya, contando con la presencia de Sacerdotes, Diáconos, Seminaristas y Fieles.
Homilia de Mons. Sergio:
Marcos 3, 7-12
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.
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Desde su bautismo en el Jordán y, más o menos, hasta que Pedro lo reconoce como Mesías, Jesús vive un tiempo de enorme éxito popular en su misión evangelizadora: como escuchamos hoy, multitudes acuden a él, llevándole sus enfermos y poseídos de espíritus impuros.
Notemos el detalle que nos aporta Marcos: “se arrojaban sobre él para tocarlo”.
Es la “primavera de Galilea”, porque ahí, al Norte de la Tierra Santa, donde Jesús comienza su misión evangelizadora. Pero, a medida que vaya bajando hacia el Sur, acercándose a Jerusalén, el clima entorno a su persona irá cambiando, la hostilidad hacia él y su mensaje Irá creciendo hasta culminar en su pasión.
Jesús no es ni ingenuo, ni idealista, ni un rigorista. Es muy lúcido y, sobre todo, conoce muy bien el corazón humano con sus heridas, anhelos y deseos, pero también con sus fragilidades y su ambigüedad.
Este creciente rechazo de las autoridades religiosas de su pueblo, la disminución de su popularidad y la ceguera de sus mismos discípulos que no terminan de comprenderlo lejos de volverlo amargado, cínico o depresivo, radicalizan en Jesús su voluntad de ir a fondo con su misión.
Notemos también la reacción de Jesús: no aleja a la multitud, no se aleja de nadie; por el contrario, dejará siempre que los pobres, los enfermos y los heridos se acerquen a él; nunca asumirá una postura defensiva o de rechazo. En unas semanas, escucharemos el relato de la curación de una pobre mujer desahuciada que solo atina a tocar el manto de Jesús con la esperanza de curarse. Y Jesús la deja hacer y le hace uno de los elogios más lindos del Evangelio: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad” (Mc 5, 34).
No dejará de predicar y curar a todos los que se acercan a él… pero “ordena terminantemente”, sobre todo a los que han sido liberados de espíritus impuros, “que no lo pongan de manifiesto”.
Jesús sabe que, semejante popularidad puede desvirtuarse y ponerlo ante una prueba muy dura (una de las tentaciones que vivió en el desierto): salirse de la misión que el Padre le ha confiado, rechazando sobre todo ese estilo de llevarla adelante marcado por el amor que entrega la vida en la mansedumbre, el silencio y hasta la humillación del despojo y de la cruz.
Jesús sabe por dónde ir, su comunión con el Padre es de tal naturaleza que, siempre vuelve a Él para confirmar su misión.
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El bautismo, la confirmación y la eucaristía nos configuran con Jesús y con su misión en esos mismos términos: ungidos por el Espíritu, surgimos de la fuente bautismal y nos alimentamos con la Eucaristía para vivir nuestra misión tras los pasos de Jesús, con sus mismos sentimientos y actitudes.
La unción del Espíritu nos regala también esta gracia tan especial que llamamos “el sentido sobrenatural de la fe” o el “sentido de la fe de los creyentes”. La unción del Espíritu Santo en el bautismo y la confirmación nos permite alcanzar con la fe de la Iglesia al mismo Jesús: lo vemos, lo reconocemos, lo tocamos y aceptamos la verdad de su Evangelio, en la medida en que nos dejamos alcanzar por él.
Es una convicción de nuestra fe católica muy importante, por ejemplo, para el Papa Francisco. El reciente Sínodo la recogió y expresó así: “Gracias a la unción del Espíritu Santo recibida en el Bautismo (cf. 1Jn 2,20.27), todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, llamado sensus fidei. Consiste en una cierta connaturalidad con las realidades divinas, basada en el hecho de que en el Espíritu Santo los bautizados «son hechos partícipes de la naturaleza divina» (DV 2). De esta participación deriva la aptitud para captar intuitivamente lo que es conforme a la verdad de la Revelación en la comunión de la Iglesia. Por eso, la Iglesia está segura de que el santo Pueblo de Dios no puede equivocarse al creer cuando la totalidad de los bautizados expresa su consenso universal en materia de fe y de moral (cf. LG 12).” (DF 22).
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Volvemos a preguntarnos porqué venimos a Brochero, qué nos da Brochero (el lugar y el santo Cura), y podemos respondernos con convicción: venimos porque encontramos la fe viva del Señor Brochero, de la beata Catalina y las esclavas, la experiencia de conversión y encuentro con Jesús de los miles de ejercitantes que pasaron por la Casa de Ejercicios; nos encontramos con la fe de nuestros pastores que, de tanto en tanto, se reúnen en Brochero para unirse a esa corriente viva de tradición espiritual que pasa por las manos sacerdotales de san José Gabriel.
Jesús, el Señor, no es un personaje del pasado, al que conocemos en una biblioteca estudiando libros de historia.
Es “el Viviente” que es inseparable de la vida que le han entregado todos los que “nos han precedido con el signo de la fe”, como dice hermosamente la liturgia.
Jesucristo resucitado vive en la fe de sus discípulos, los más eximios e ilustres, pero también en esa multitud de hombres y mujeres, tallados de la misma madera que cada uno de nosotros, frágiles, pecadores, insuficientes en sus realizaciones, pero transfigurados por el amor más grande del Señor.
Sí, aquí en Brochero, nos sentimos “santo pueblo fiel de Dios”, como le gusta decir al papa Francisco.
Y ese “santo pueblo fiel de Dios” no es una abstracción que existe vaya a saber dónde. Es tu comunidad cristiana concreta: tu familia, tu parroquia, tu diócesis, las personas con las que caminás tu fe, la misión y la solidaridad que nace de la experiencia de Cristo.
Allí, en esos vínculos, en ese espacio en el que siempre aletea el Espíritu, allí mismo el Señor te espera, te consuela, te anima y te envía como su discípulo misionero.
Nuestra experiencia de fe es tan personal como inseparable de la fe vivida por los hermanos que caminan con nosotros.
Llegados de todos los rincones de la Patria, aquí saboreamos el gusto de ser familia de Jesús, templo santo del Espíritu, pueblo de peregrinos que caminan la esperanza. Y de aquí volvemos a nuestros pueblos y ciudades, a nuestras comunidades cristianas concretas -a nuestro lugar en el mundo- con el corazón colmado de Evangelio y del deseo que todos experimenten a Jesús como nosotros lo hemos hecho.
Es gracia que pedimos al Señor por intermedio del santo Cura.
Amén.
22 de Enero: Cuarto día.
Homilia:
Marcos 3, 1-6
Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo.
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante.» Y les dijo: «¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» Pero ellos callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» El la extendió y su mano quedó sana.
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con Él.
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Jesús va de un lado a otro, predica, pero, sobre todo, se acerca a los que sufren: enfermos, endemoniados, leprosos…
Ese es su “lugar” de preferencia. Hacia allí se siente enviado por el Padre para devolverles salud, dignidad y salvación.
Miremos el relato de hoy: una curación que es más que una curación.
Tiene lugar el sábado y en la sinagoga; es decir, en el día y en el lugar del culto a Dios. En ese “espacio religioso” Jesús realiza el mayor acto de culto que Dios espera: devolverle la salud a un pobre enfermo, devolviéndole dignidad.
Y no es cualquier enfermedad: la mano simboliza la capacidad que tenemos los seres humanos de obrar, de ayudar, de trabajar, de estar activamente presentes en el mundo.
La mano paralizada es más que un defecto físico. Es una situación de vida: una parálisis que nos deja tiesos frente a los demás.
Ahí aparece Jesús y activa a aquel pobre hombre… en quien podemos reconocernos cada uno y todas nuestras parálisis… del cuerpo y del alma.
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¿De dónde proviene la fuerza sanante de Jesús? ¿Qué medicina secreta posee para devolver la salud a los enfermos?
Es Jesús mismo, su persona, su modo de ser, su condición de Hijo amado y enviado del Padre para estar entre los pobres, los pequeños, los enfermos… su misericordia y compasión, su vitalidad divina que pasa a través de sus manos, sus ojos y su corazón humanísimos.
Jesús es medicina, médico y salvador. Lo que cura es el contacto con Él, con su corazón y con sus manos.
Es su santa humanidad, espléndida, humanísima, realmente hermosa, sana y sanante. Solo Dios podía ser así de humano. Así es Jesús, el Señor.
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Los padres de la Iglesia nos enseñan que todo lo que era visible en Jesucristo, el Verbo encarnado, por la potencia de la resurrección, ha pasado ahora a los sacramentos de la Iglesia.
Como decíamos ayer: así en la vida como en los sacramentos.
Cuando en el Credo que rezamos cada domingo, al confesar nuestra fe en el Espíritu Santo decimos: “Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados…”, al mencionar el perdón estamos hablando del sacramento del bautismo.
Es en el baño bautismal que recibimos el perdón, la sanación, la salvación que Cristo ha traído al mundo, porque el bautismo nos sumerge en su pascua de pasión, muerte y resurrección: con él morimos, con él descendemos a las fuentes del agua y con él resurgimos a la vida verdadera.
“El bautismo -recordábamos ayer con palabras de la Iglesia- es el fundamento de la vida cristiana, porque introduce a todos en el don más grande: ser hijos de Dios, es decir, partícipes de la relación de Jesús con el Padre en el Espíritu.” (DF 21).
Recuperar el bautismo, reavivar la gracia entonces regalada, fortalecer su potencia sanante, hacer emerger esa humanidad nueva que nos da el bautismo.
Es a lo que apunta la Cuaresma y que se expresa en la Vigilia Pascual cuando renovamos las promesas del bautismo.
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Los signos sacramentales del bautismo nos hablan de todo esto:
- Apenas llegamos, el ministro, pero también nuestros papás y padrinos marcaron nuestra frente con el signo de la cruz y así entramos en la iglesia parroquial, acogidos por la comunidad cristiana.
- Se nos ungió el pecho con el óleo de los catecúmenos para que recibiéramos la fuerza de Dios para enfrentar las pruebas de la vida, las acechanzas del mal y del Malo.
- En el momento culminante, y después de que papás y padrinos hicieran por nosotros las promesas bautismales, fuimos llevados a la fuente bautismal para recibir el agua que, potenciada por el Espíritu, lava, purifica y da vida. Nacimos de nuevo a la vida verdadera.
- Después fuimos marcados en la frente con el santo Crisma perfumado, promesa de la confirmación, porque el bautismo nos hace una sola cosa con Jesús y su misión de profeta, sacerdote y rey.
- Nos revistieron con la vestidura blanca signo de nuestra configuración con Jesucristo.
- Según el caso, también repitieron el gesto de Jesús con el sordomudo: acariciaron nuestros oídos y nuestros labios para que aprendiéramos a escuchar y a proclamar la Palabra del Evangelio.
- Y se iluminó nuestra vida, cuando padrinos y papás tomaron luz del cirio pascual: la lámpara de la fe siempre encendida porque estamos a la espera de Cristo.
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Del Concilio Vaticano II a nuestros hoy, hoy pastoreada por el papa Francisco, la Iglesia nos está urgiendo a revitalizar la gracia del bautismo: que salgamos de nuestras parálisis para trabajar llevando esperanza a nuestros hermanos.
En realidad, el gran trabajo del camino sinodal de la Iglesia es abrirse a la novedad de Jesús, dejarlo a Él tocarnos con el poder sanador de su Persona bendita y que sea Él el que libere y active con la energía de su Espíritu los miembros tiesos de nuestro cuerpo, sobre todo, nuestro corazón, para que se vuelva semejante al suyo.
“Señor Jesús, en el bautismo y la confirmación, tu mano nos unge con el crisma del Espíritu. También el bálsamo suave de tu humanidad acaricia a nuestros enfermos en el sacramento.
Vos sos médico, medicina y salud. Curanos de nuestras parálisis, sobre todo, de la dureza de corazón y de la ceguera espiritual.
Activá la agilidad de nuestras piernas para caminar la misión, de nuestros brazos para socorrer a los heridos, de nuestras manos para bendecir y sostener con fuerza al que cae.
Que sintamos la alegría de caminar juntos, como Iglesia misionera, para llevar tu Alegría a todos.
Amén.”
21 de Enero: Tercer día.
Presidida por el Obispo de Diócesis de San Francisco, Monseñor Obispo Sergio O. Buenanueva, siendo concelebrada por el Arzobispo de la Diócesis de Córdoba, Monseñor ÁNGEL ROSSI, Obispo de la Diocesis de Cruz del Eje, Monseñor Ricardo Araya, Obispo de la Diócesis de Gualeguaychú, Monseñor HÉCTOR ZORDÁN, contando xon la presencia de Sacerdotes y fieles.
Homilia de Mons. Sergio:
20 de Enero: Segundo día.
19 de Enero: Primer día de la Semana Brocheriana

18 de Enero: Misa de Apertura en el Salon «Mi Purísima»

“A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común” 1 Cor 12, 7
Había en la comunidad de Corinto rivalidades, celos y envidias a causa de los dones espirituales (no materiales) que habían recibido y que ejercitaban tanto ad intra como ad extra.
No eran los corintios personas pasivas o desinteresadas. Eran entusiastas, conscientes de su protagonismo y de la función mayor o menor que cada uno podía aportar. Era una comunidad plural, viva y comprometida.
¿Cuál era el problema?… Pablo dirá que todos los dones tienen un origen común. Y no son dones para el propio aprovechamiento, sino para el bien de toda la comunidad, en armonía.
Estamos abriendo una nueva Semana Brocheriana. También entre nosotros suelen acontecer rivalidades, celos y desencuentros ad intra y ad extra-
En este contexto les propongo que contemplemos a Brochero abriendo caminos: Dice en una carta (323) pidiendo el tren,en 1905, escrita al Vice presidente Figueroa Alcorta: “He hecho también sesenta caminos vecinales, y un camino carretero de doscientos kilómetros que une a Soto con Dolores, luchando en todas estas obras con millones de dificultades que ahora son las que pretendo eliminar con este ramal”
Recién en 1883, después de su visita a Traslasierra el gobernador Juarez Celman dispone que se estudie la traza de un camino de herradura a fin de comunicar Traslasierra con Córdoba. Y también se estudia la construcción de un camino carretero para comunicar Traslasierra con Córdoba que logra ser realizado en 1904.
Así estaban aislados y sin caminos los departamentos del oeste de Córdoba en los tiempos que llegó Brochero a San Pedro en 1969.
Hoy hablamos del camino de Brochero. Y mientras dialogamos y discutimos nos va quedando mucho más claro que Brochero es un santo que supo abrir caminos. Era un párroco, pero un párroco misionero, andariego. Se pasó la vida abriendo caminos, achicando distancias, creando puentes, facilitando la comunicación y el encuentro; manteniendo y haciendo transitables los caminos ya existentes.
Venimos hoy como peregrinos a venerar a un hombre-sacerdote-santo que supo abrir caminos. Abrir los caminos que conducen al bien común.
“A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común”
Sabemos que su gente lo amó profundamente, lo admiró, lo ayudó, lo imitó.
Brochero quería para sus paisanos esos adelantos que gozaban otros argentinos en Córdoba, en Buenos Aires. Esto se comprende bien desde la perspectiva del bien común, que significa crear aquellas condiciones que hacen posible que todos crezcan. Brochero cuando abría caminos no buscaba el éxito personal, el aplauso, la felicitación de su obispo o el poder político: buscaba el bien común de su gente.
Esto hizo el Espíritu Santo en su alma sencilla y pobre.
¿Qué quiere hacer el Espíritu en nosotros?
Ojalá que la fuerza del turismo religioso se muestre capaz de contagiar el espíritu que animó a Brochero
¿Qué distancias hemos de acortar en la Argentina actual?
¿Que distancias hemos de acortar en Córdoba, donde todavía mucha gente del Oeste tiene malos caminos, le falta el agua y la luz?
La falta de luz, agua, transporte público aíslan a las personas y comunidades; dificultan la educación y la salud; impiden la integración social, cultural y religiosa.
Los caminos de Brochero fueron un acto de amor de su corazón de pastor, fueron búsqueda de justicia y de bien común.
Pidamos al Espíritu Santo que inspire a cada uno de nosotros, según el don y responsabilidad recibida.
Hagámonos cargo, los caminos de Brochero están sin terminar«